Llueve y llueve. Para mi, llueve mucho, en cambio esta mañana, en la cola del supermercado,un agricultor decía: "Esto no es nada, bah, cuatro gotas, con esto se soluciona poca cosa". Y lo cierto es que lleva días lloviendo, pero de la vez anterior no recuerdo cuándo fue la última vez que llovió. Y lo cierto, también, es que los agricultores siempre tienen motivos para quejarse: si llueve porque llueve, si no llueve porque no llueve, si hay mucho porque hay mucho, si hay poco porque hay poco.
Veo desde mi ventana como la gente camina por la acera bajo los paraguas, va de un sitio a otro a merced de la corriente, mucho más indefensa de lo que cree. Llueve mansamente, no ha dejado de hacerlo en todo el día. Llueve y llueve, y llueve.
También ayuda a esta incomoda situación el viento casi huracanado que padecemos junto a la lluvia.
Pero por si todo ello fuera poco, hoy, con la entrada en vigor del nuevo horario de verano, me siento un poco perdido: son las siete menos cuarto de la tarde – ahora me cuesta unos días volverme a acostumbrar al nuevo horario de luz. No es una sensación nueva: desde que recuerdo siempre me he sentido, por decirlo de alguna manera, como si me hubieran soltado en medio de una película o una novela, y estoy como desorientado, pero acabaré acostumbrándome.
Miro a mi alrededor y me asombra la firmeza con la que actúa todo el mundo. No parecen estar afectados por el cambio de horario, supongo que para ellos no son tan importantes las horas de luz del día, en cambio a mi me trastoca mientras me vuelvo a adaptar a la nueva situación. Ya digo, por el momento me siento un poco perdido.
Y mientras tanto tras los cristales, llueve y llueve.
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